OEA y la conciencia crítica en Honduras
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A doña Pascualita que me enseñó a no pisar la tierra, sino a caminarla Durante 4 días, las agrupaciones Consejo de Organizaciones Indígenas (COPINH), sectores democráticos del Magisterio y campesinos indígenas del Bajo Aguán, Honduras, todas miembros del Frente Nacional de Resistencia, realizaron manifestaciones públicas en varias plazas, calles y lugares históricos de la capital San Salvador con el fin de mostrar su desacuerdo tanto con la incorporación como el reconocimiento del gobierno de Porfirio Lobo en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Con creatividad milenaria —algo que debe reconocerse— los indígenas lencas lograron llegar hasta las puertas de la sede de la 41 Asamblea del organismo multilateral que mostró desatino al ignorarlos e insensibilidad política al omitir cualquier juicio razonable del por qué cientos de personas lograron convocarse, trasladarse a otro país que no fuera el suyo y presentarse como una alternativa real que nos señala que no todo está bien ni mejor en el país vecino.
Al término de la clausura de la OEA, en una conferencia de prensa, el Secretario General, José Miguel Insulza se refirió —a pregunta expresa de un periodista— a las manifestaciones de estas organizaciones sociales hondureñas que se mantuvieron día y noche en El Salvador. Insulza llamó a los “inconformes” a “integrase a la nueva oportunidad que se da con el gobierno de Lobo”, que “no todo es bueno en nuestros países, pero que deben hacerse los esfuerzos por buscar sumarse al nuevo escenario político.”
Lo que verdaderamente ignora Insulza es que la movilización significó una acción política en un nuevo escenario político, que más allá de integrase a las estructuras de la débil democracia hondureña, se mantienen las fuerzas y movimientos sociales como la conciencia crítica de la sociedad que hace dos años fue víctima de la doctrina del shock y el subsecuente golpe militar que aterrorizó, con secuelas vigentes, el orden y tejido social; edificó la instauración de un Estado policial y generó la dificultad de ejercer libertades políticas.
Estas y solo estas organizaciones por tradición democráticas y con la experiencia de resistir dos años a una dictadura, son la garantía de la posible construcción de democracia en Honduras. Si realmente y honestamente se quiere eso, cualquier gobierno, cualquier organismo internacional, deberá reconocerlos como tal.
El regreso de Honduras a los foros internacionales, incluida la debilitada OEA, no solo se deben al empuje de este tipo de organizaciones sociales y populares, que sufren la persecución política, sino a la capacidad de ellos mismos de definirse como un polo de acción organizado, que permite la movilización que en algún momento garantice los acuerdos que en el ámbito de la negociación se pacten entre las fuerzas y vectores de fuerza en pugna.
Las manifestaciones hondureñas en San Salvador, los mismos días que los representantes de Estado y de gobierno sesionaban para acordar planes de seguridad policial en el continente, centraron sus exigencias en criticar a un Estado que por medio de sus estructuras institucionales abiertas o clandestinas, persigue, reprime, desaparece y asesina a los opositores políticos.
Solo en el Bajo Aguán suman más de 30 campesinos asesinados desde el golpe de 2009, sin ninguna investigación seria que profundiza la injusticia y acrecienta los crímenes de lesa humanidad. Se militarizó el Valle de Aguán, lo que genera violencia institucional, provocaciones por parte de los militares, detenciones ilegales, violaciones a los derechos humanos de uno de los ejércitos con mayor formación en disolución social y contrainsurgencia.
El mismo día en que comenzaron los trabajos de la OEA, tres campesinos del Bajo Aguán fueron heridos por arma de fuego por parte de policías y militares del gobierno de Lobo que realizaron operativos destinados a golpear a la organización Movimiento Auténtico Reivindicador Campesino (MARCA) con el fin de dispersarlos y despojarlos de sus tierras.
El 7 de junio, un integrante de este movimiento campesino fue desaparecido, como denunciaron los hondureños movilizados en El Salvador y registraron las propias organizaciones civiles de los derechos humanos hondureñas.
La cita de los indígenas lencas en el corazón de San Salvador mostró que en Honduras no hay libertad de manifestación, ni de palabra, ni de prensa, y que el foro de la OEA carece de legitimidad para dar sentencias y llamados al conformismo, la desmovilización y la desmoralización de un pueblo heroico como el de Morazán y los mártires de junio.
El regreso del ex Presidente Manuel Zelaya a su país de origen solo puede entenderse con la cohesión del Frente Nacional de Resistencia contra el Golpe de Estado y sus organizaciones constituyentes, su capacidad de movilización en un contexto extraordinario, y la movilidad horizontal y asamblearia que lo define como un frente de nuevo tipo, en alerta para resistir o dar un pasos a la ofensiva.
De tal forma que los acuerdos que se suscribieron en Cartagena, con la destacada participación de Manuel Zelaya y Hugo Chávez, para abrir un escenario renovado en el país centroamericano, fue producto de la movilización de los de abajo; era una demanda desde el mismo 28 de junio de hace dos años de la resistencia en las calles y parajes, la alegría desbordada del pueblo por sentir y defender sus derechos.
Hace falta recordar los acuerdos y demandas sociales plasmadas en Cartagena: cese a la represión y violación de los derechos humanos, regreso de todos los exiliados políticos, desaparición de las estructuras surgidas del golpe militar, reconocimiento del Frente de Resistencia como fuerza política y sentar las bases para una Constituyente que dé forma y fondo a una nueva Honduras democratizada.
Para la Resistencia efectivamente se abre un nuevo escenario, y algunas de sus organizaciones, las que se manifestaron en la tierra de Roque Dalton, comenzaron bien. Dieron la pauta y nos mostraron que los triunfos y alcances solo se logran con la organización y la movilización, y con esfuerzo propio. Por eso los hondureños indígenas lencas, a la tumba de Morazán en el cementerio de los Ilustres en San Salvador, honraron su palabra, esa que viene de tiempos lejanos y que anida rebeldías: “resistir y vencer”.