Infinita Berta
Pasé frente a un juzgado de sentencias de Siguatepeque, un pueblo sentado entre montañas, en el corazón de Honduras, y pude encontrar las huellas de Berta Cáceres ahí en la casa donde mora la injusticia.
Las consignas de colores convirtieron ese siniestro edificio en algo lindo en el paisaje: Berta vive, Copinh sigue. Militares asesinos. Que viva la lucha del pueblo Lenca. Berta no murió, se multiplicó. Ahí mismo, el 21 de febrero de este año 2023, un tribunal declaró absolución a favor del militar Kevin Yasser Saravia, por el intento de homicidio contra nuestro compañero Allan García. En esa acción criminal, primero mató a su papá, Tomás, símbolo de lucha y resistencia del pueblo lenca, hombre de sonrisa en el rostro y firmeza en sus actos, luego hirió a su hijo. El militar está preso por la primera condena y liberado de ésta. Que absuelvan militares criminales en Honduras es una tradición vergonzosa y da igual quién está en el poder ejecutivo. Este juicio, que se repitió por insistencia del COPINH (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras), la organización de los agredidos y de Berta, ya le había absuelto hace un par de años.
En el 2013, para cuando se erigió el campamento del Roblón allá en la comunidad de Río Blanco, Intibucá, Berta Cáceres andaba esa tierra con su paso flamígero, al ritmo de la comunidad valiente que la convocaba. Ahí, ante ese mítico y antiguo roble que custodia el paisaje, se estableció por meses el alto al paso de la maquinaria de la empresa DESA, cuyos directivos y empleados son los responsables del asesinato de Berta en aquel marzo del 2016. Durante muchas noches, Tomás García durmió bajo el fresco cielo de la comunidad evitando que el proyecto se llevará a cabo, con él, toda la gente organizada de Río Blanco se juntaba para hacer fuego, comer tortillas calientes con café y acrecentarnos la dignidad a todas.
Los tribunales hondureños sirven a los ricos, los empresarios, terratenientes y narcotraficantes, nunca la justicia ha sido conocida para los pueblos en esas instancias, a menos que sea por sus propias fuerzas. Lo decía Berta: Han creído que la impunidad es eterna, se equivocan, los pueblos saben hacer justicia. Y así ha sido, cada centímetro, cada palabra, cada espacio para el bienestar y alegría común ha sido conquistado por ellas y ellos; del otro lado, al pueblo lenca y a todos los pueblos indígenas de Honduras sólo se les ha arrebatado, despojado y ultrajado.
Berta es una muestra. La madrugada de marzo cuando la asesinaron estaba en su casa, los matones, en la oscuridad y la complicidad de los que van cayendo con nombres y rostros, se metieron a su casa. Se les opuso, les enfrentó. La mataron. Y entonces decidimos sembrarla en La Esperanza, su terruño.
Cada marzo, desde entonces, la energía de las personas que custodiamos la memoria de Berta Cáceres nos juntamos y hablamos de nuestras cosas, de cómo nos va en la vida, de qué desgracia de país, de qué fraude de gobierno y de cómo le vamos a hacer para seguir viviendo a la altura del tiempo y la gente que somos. Y ahí, Berta, infinita, repartida entre los que llegan de las comunidades o las que vamos de las ciudades sedientas y atosigadas de carros de lujo. Ahí nos acampamos en su Utopía, y conspiramos para hacer justicia. Hasta ese lugar seguro llegará Allan, con su hijita, Berta; y entonces sobrarán los abrazos, la indignación y las buenas razones para seguir luchando en medio de tanta brutalidad.
Los caminos de los pueblos, de nosotras que nos hermanamos en la rebeldía son muy variados, a veces lentos, muchas veces inciertos, y siempre sabedores de que estamos de ese lado bertista de la justicia.
Hace siete años la asesinó el plan urdido por banqueros, militares, policías, funcionarios públicos, agresores del movimiento social, enemigos variados, casi todos hombres. Hace siete años el camino de la justicia ha sido desbrozado por las que llevan botas de hule y machetes para la milpa y unos jícaros de agua para cuando aprieta la sed, por las jóvenes que deciden resistir a las burocracias socialdemócratas, por mujeres tercas como ella misma.
Allá en el roble antiguo el espíritu de Tomás García no ha dejado pasar la maquinaria; en el río, Berta no permitió instalar la represa, nos toca a las que seguimos eliminar la razón militar de la historia humana, hacer que cada asesino vestido de verde olivo sea desterrado del mundo. Así, despacio, al modo lenca, modo antiguo de mirar crecer la milpa y sostener la resistencia, con la confianza de Berta en los pueblos.
Sin pausa, sin prisa.
Escrito por Melissa Cardoza
Nota extraida de desInformémonos | https://desinformemonos.org/infinita-berta/