8 B’atz: El Tiempo
Este nawal significa el comienzo, el principio. Los creadores y formadoras lanzaron un hilo al confín del universo, lo doblaron y lo retornaron. Es la divinidad que hizo el cielo y la tierra, creadores de la vida y de la sabiduría. Este hilo se desenrolla en la medida en que pasa el tiempo. El tiempo teje la historia, así como con los hilos se tejen los vestidos.
Con este once de julio en el calendario occidental, 8 B’atz para el pueblo maya chortí, mujeres y niños y niñas de siete pueblos nos autoconvocamos a este encuentro: Asamblea Constituyente Autoconvocada de Mujeres Indígenas y Negras de Honduras. En el sagradísimo espacio de Las Sepulturas, en Copán Galel, retomando este hilo tejedor del que quienes fundaron esta nación hablaran, tres pueblos hicieron ceremonias para dar apertura y animar los espíritus de las luchas que viven en cada cuerpo de cada mujer que se rebela en su territorio. De la mano de rené entramos a ese espacio donde con voz baja nos dice que estamos en un lugar antiguo de un pueblo que aquí construyó la vida y aquí descansa.
Una ceremonia de fuego, el abuelo creador, el que conversa con el sacerdote y la sacerdotisa que entiende su palabra y que guían, en un espacio húmedo que huele a verde antiguo abrió la actividad. Desde ahí y entre todas acompañamos este común entendimiento de que somos parte de todo, que nuestra vida y la de los insectos, las milpas, el agua y la libertad convive en este mundo.
Y pedimos permiso.
Asumimos que la tierra donde vivimos, esta Honduras de hoy está en una honda pelea por su vida digna y refundada, y que es ahí donde este tiempo se vuelve a tejer. El sacerdote nos avisa de la importancia de respetar y abrir nuestro corazón a las tradiciones que no conocemos, o que nos han sido arrebatadas por otras prácticas que dicen que las espiritualidades indígenas y negras son diabólicas y atrasadas. Doña Marta, nos da su propio mensaje de fuego: fortalecer la lucha común.
Pascualita continuó la labor, con el agradecimiento a la tierra, al agua y al rayo, con el compromiso de su pueblo lenca y de su organización, el COPINH, de defender la tierra, el agua y los bosques, porque dònde viviremos las pobres si nos quitan las tierras y qué maíz nos alimentará. Con sangre de ave sella el pacto de lucha y con cuetes y chicha se alegra la tierra, se alegra el cuerpo de las mujeres.
Y pagamos los dones recibidos.
Al final de la ceremonia, las guías espirituales garífunas llaman a los y las ancestras, y llegan, los sentimos en el ambiente, en la danza y en los tambores. Llaman desde el tiempo antiguo recordándonos que la lógica de la dominación nos ha robado la identidad cultural haciéndonos creer que la espiritualidad es basura para gente inculta. Y convocamos a la memoria insurrecta.
Lo que vivimos esta mañana no es una anécdota folklórica, ni un pasaje para contar de estos tiempos en que ciertas espiritualidades como las indígenas son apropiadas por el mercado y el espectáculo capitalista. Las guìas de hoy son mujeres mayores, que hacen comida y cultivan, que se organizan y lloran, mujeres de Honduras, poderosas y llenas de luz. Son como cualquiera de nosotras, sòlo que ellas legitiman su conocimiento, su fuerza y su palabra por eso el gran poder que emana de su presencia.
Antes de esta especial jornada, presenciamos una pequeña y significativa derrota del patriarcado en las cocinas colectivas del barrio Nueva Esperanza, aquí en Copàn. Hombres indígenas echaron tortillas. No sólo cocinaron como puede hacerlo cualquier varón, sino que echaron tortillas, una pràctica que se usa sólo para desvirtuar a la masculinidad hondureña. Al principio con duda, con burla, tratando de darle forma a la masa con platos, con pailas, con piedras. “Tanto comer tortillas y no saber cómo hacerlas” “Lo peor compañera, es que no ha terminado uno de hacerla cuando ya se las comieron” Comentarios de fondo que nos dicen cómo el patriarcado toca la vida de los hombres impidiendo habilidades básicas para mantener la vida concreta y sus misterios. Aunque son los hombres los que más ganan con el patriarcado, han empezado a pensar también cuànto pueden perder. Las mujeres sonríen por lo ingenuo de sus comentarios, algo que a ellas les parece tan cotidiano, tan común y se asombran de ver a sus compañeros en una labor que por siglos nunca ha sido practicada por un cuerpo masculino.
La decisión de que ninguna mujer, ni por pago, trabaje en la cocina en un encuentro de mujeres es una decisión política. La asamblea constituyente autoconvocada tiene que parecerse a sus propuestas: ¿cambiamos de fondo o hacemos cambios para que nada cambie?, ¿hacemos de otro modo las cosas? ¿pensamos de manera que podamos inventar una Honduras diferente y empezamos a vivirla?. En resumen: ¿reformamos o refundamos? Y para quién considere que esto es poca cosa, intente que los líderes hombres de su organización o de las máximas organizaciones políticas de este país lo hagan: que echen 800 tortillas al día, durante cuatro días, para darle de comer a mujeres que en conjunto piensan sobre política en un espacio público en el cual ellos no participan.
Nosotras nos autoorganizamos y tratamos, sólo tratamos de que el colectivo de las mujeres y sobre todo las que llegan por primera vez, dejen de demandar a otras que les resuelva todo, tan común de la cultura política clientelar partidaria e institucional. Cuesta que se entienda que los movimientos no somos instituciones ni programas gubernamentales donde abunda el presupuesto, los horarios son rígidos, hay meseras y en el receso siempre hay algo que comer, aunque una acabe de comer. Y aunque cuesta nos decimos: ¿somos o no somos? Queda instalado el poder del pensamiento y acción de las mujeres indígenas y negras y su capacidad de desafiar al colonialismo en sus distintas caras.
Finalmente, leemos y recordamos la declaración de principios aprobada en la asamblea autoconvocada de pueblos indígenas y negros de San Juan Durugubuty de febrero del 2011, que les remitimos. Este documento es uno de los ejes de la discusión del encuentro. Nos proponemos retomarlo y hacer que las propuestas de los pueblos sean necesariamente de las mujeres de estos pueblos.
Melissa Cardoza